Volver al trabajo después de 5 meses desconectada teniendo que
dar unas palabras sobre la situación de posguerra en Guatemala para presentar
a una persona que venía a Colombia, sin conocer el contexto, no viene nada mal
para investigar y leer sobre algunas cosas de las que no tenía ni idea.
Interesarse es conocer.
He tenido la suerte de escuchar a alguien de una
organización que se llama “Mujeres transformando el mundo” sobre lo que es la
reparación transformadora, término a través del cual he aprendido más acerca de
lo complicado que es que una persona y una sociedad se recuperen de un conflicto.
Y es que para transformar, cuentan desde esta organización, tuvieron
que hacer todo el esfuerzo del mundo para que las “abuelas” de una pequeña aldea
tuvieran una sentencia judicial en firme que les permitiera a ellas y a su
comunidad seguir adelante tras años de abusos sexuales y violencia de todo
tipo, pero más profunda hacia ellas.
La reparación es el último eslabón de la justicia, pero el
más importante para poder volver a tener una vida normal. Por suerte, en este
caso, se dio un contexto favorable y consiguieron que quedara todo sobre el
papel, tras un juicio muy mediatizado, pero que consiguieron ganar. La otra
cara es que desafortunadamente se ganó no porque fuera justo reparar a un grupo
de mujeres mayores (porque si así fuera en tantos apartados lugares del mundo habría
miles de sentencias) sino por dos simples motivos: porque la televisión no se
opuso y porque las abuelas transmitían credibilidad, al menos algo más que una joven
con poca ropa.
Pero la cosa no quedó en la sentencia. Quienes sabemos
acerca de lo que significa la legalidad ligada a la violencia basada en género
sabemos que no sólo hay mínimas sentencias sino que cuando éstas se consiguen
luego no se hacen realidad. Este caso no fue diferente: hubo 500 páginas de una
resolución judicial que por supuesto no iba a leer nadie, y mucho menos en una
comunidad en el campo, y por tanto iba a quedar en nada. Mujeres transformando el
mundo tuvo que resumir el texto, dejarlo todo muy clarito y ponerse manos a la
obra para la reparación. Para ello tuvieron que recoger montones de datos e ir institución
por institución haciéndoles ver la situación real de estas abuelas, ya que
quienes debían poner en marcha las medidas de la sentencia no se lo tomaban en
serio o no les creían… no creían que la situación de estas mujeres hubiera sido
tan grave como se decía.
En fin, que por lo que escuché esa estupenda mañana de hace
un par de semanas en Cartagena de Indias y por lo que he podido averiguar, se
trata de un caso realmente emblemático. Se pagó a estas mujeres, se obligó a
instituciones públicas a hacer bien su papel y se les ofreció no sólo a estas
mujeres sino a sus comunidades una mejor salud y otros beneficios, tras la
guerra en Guatemala.
Y es que no basta con meter a los culpables en la cárcel.
Eso sólo es el principio. La vida viene después, mientras haya vida.
El pueblo y el caso se llaman Sepur Zarco. La rabia es que
estas reparaciones son casi inexistentes en el mundo. ¡Bravo por quienes
consiguieron dar este paso en un planeta deshumanizado!
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