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viernes, 31 de enero de 2014

Entre dos coordenadas geográficas



Tren de Orán a Argel, principios de enero de 2014

Aún tengo un bolígrafo que no tiro porque me recuerda a Quito, son de esos que me daban en  mis actividades de hace tan solo ocho meses. Una escapadita como la de este fin de semana me ha permitido volver a sacarlo de mi billetera. No he conseguido otro boli para ponerlo en ella porque es delgadito y cabe pero sobre todo porque mantener un recuerdo de cada etapa anterior que voy pasando me hace sentirme más lineal y más cuerda. En este caso, un simple esferográfico con el que escribo de vuelta desde Orán hacia Argel.

No voy a despistarme ni a irme por las ramas con cosas que no son las que quería contar. Escribo esto mirando por la ventana. Son las diez de la mañana. A las ocho salí puntualmente de la Gare d’Oran1. Entre frutales se encuentra Chlef, una wilaya que parece que no visitaré, no solo por seguridad para mí sino porque me voy del país en pocas semanas. Sí, por ahora (y digo por ahora) me vuelvo a marchar de otro lado. En este caso de Argelia. Pero no he querido irme sin reencontrarme primero conmigo misma, con el pasado y con este país lleno de gente amable y poco visitada, lleno de rincones que no veré, al menos no este mes. Hay tantos lugares en el planeta que no visitamos y que por tanto no echamos de menos – el corazón se encogería si lo hiciéramos – que hablar de lo que no conoceré de Argelia se queda pequeño.

Vuelvo a irme por las ramas. Mi objetivo era resumir lo que ha sido este reencuentro con un pasado en el que no había nacido. Desde la latitud 36°09’55’’ y longitud 01°20’14’’, en algún lugar del camino en tren, lo hago:

El jueves día dos de este mes me levanto por fin a las seis de la mañana en Argel, lo consigo. Tengo la suerte de haber pasado casi diez días sin madrugar y como soy tan dormilona lo aprovecho. “Suya suya2”, como quien se toma un último día de vacaciones, me escurro por debajo de las sábanas y salgo. Hace frío. ¡La calefacción se ha apagado por la noche, no sé por qué, pero igualmente un mosquito hibernal ha vuelto a picarme, leñe! No pongo la calefacción que me voy. Me dirijo a buscar la que fue la casa de mi abuelo materno.

En el tren duermo bastante rato. No puedo llegar de Argel a Orán en coche, por motivos de seguridad, pero en avión o en tren puedo hacerlo, handulillah3. La primera clase no está nada mal, no es incómoda. Cuando me despierto tengo hambre pero no me apetece ir al vagón cafetería. Leo un rato hasta que llego.

La estación de tren de Orán es bonita, bien conservada y no todo lo está en la ciudad. Seguramente porque sigue en funcionamiento. Como la calle está llena de gente, a las doce del mediodía decido no hacer cola para reservar el billete de vuelta sino caminar por la calle que baja al hotel, mostrando seguridad en mis pasos, como si llevara toda la vida en la ciudad, para que no se me note que no soy  kabyle4, ya que todo el mundo piensa que lo soy y me habla en árabe. Es una suerte porque si no hablo paso totalmente desapercibida, perdida con mi maleta por Orán.

Al final tengo que preguntar por el hotel y una amable señora me acompaña. La recepcionista es igualmente simpática y me da el número de un taxi de confianza y el de una pequeña agencia de viajes para hacer un tour el viernes, aprovechando que estaré un día más. 

Son las cuatro de la tarde. El taxista se llama Bachir. Me recoge después de darme un buen paseo buscando un lugar para comer y la oficina de correos para mandar un par de postales a mi hermana. A las cuatro y media llegamos a la dirección en la que vivieron mi abuelo y mis bisabuelos durante casi dos décadas. He de decir que a pesar de ser tan sentida, este encuentro con el pasado ha sido más importante que sentimental, es como haber hecho los deberes. Significa no haberme ido de Argelia sin haber cumplido una simple palabra: la de buscar la casa de mi abuelo, que a día de hoy ha sido demolida y en su lugar han construido un taller de reparaciones de coches. En su momento me cuentan que fue una vaquería y que mis bisabuelos alojaban españoles que a la llegada a la rica ciudad buscaban trabajo o algo mejor en sus vidas, lo que fuera. Como hago yo.

Al volver en taxi me imagino a mi abuelo de niño, en pantalones cortos, vestido como en la época, paseando un sábado cualquiera de la mano de sus padres para ir a la antigua catedral, hoy en desuso, y a la tienda que hay al frente, a hacerse una foto familiar.

Tras esto llamo a mi padre al móvil. Quiero aprovechar esta última oportunidad en la ciudad para averiguar si puede darme algo más de información sobre mi bisabuela paterna y puedo hacer el mismo ejercicio que con sus familiares. Y es que realmente debo ser un poco kabyle con tanta gente de mi familia que estuvo por allí. No hay suerte, no pedí los datos hace años y hoy quien podría dármelos ya murió. Igualmente le dedico a la familia de mi padre el paseo por la plaza de armas, donde en algún momento seguro que también estuvo mi bisabuela Rosa. Mi abuelo y mi tía abuela no estuvieron nunca ahí, pero les mando un beso. Y es que el 2013 se les ha llevado a los dos descendientes de oranesa y aunque es muy normal (ojalá llegue yo a esa edad) pues no se debe desaprovechar una oportunidad para, aunque sea, mandarles un beso imaginario. El 2013 ha sido movidito en general, no han sido los únicos en no estar.

Sigo caminando como si yo fuera del lugar y recibo la llamada telefónica del guía turístico. Ha podido arreglarme la visita a la ciudad con poca antelación, en viernes festivo, y cumpliendo todas las medidas de seguridad. Salgo mañana a las nueve de la mañana.

Los monumentos que visito el viernes se mueven entre vestigios visigodos, turcos, españoles y franceses… me llevan a visitar mil antiguos fuertes, cárceles, iglesias y vírgenes, mezquitas, casas coloniales viejas y nuevas, el río, el mar, los pescadores y las señoras tocando canciones con panderetas y vestidos negros. El color que define al día es el verde del paraíso de la telita con la que la anciana señora envuelve la vela que me da al visitar un pequeño oratorio musulmán. Día perfecto, descanso perfecto.

Solo terminaré el relato del viernes escribiendo una anécdota que mi guía me contaba de camino de acá para allá: Dice que en un viaje que hizo a Nueva York quiso conocer Harlem. Tomó el metro y cuando salió en el barrio se le acercó una persona de allí y le preguntó de dónde era, ya que era blanco como la leche. El guía respondió que era africano, más africano que quien le hizo esa pregunta y cuyos padres y abuelos eran ya americanos. Esa persona de Harlem se sorprendió con la respuesta y a mí me gustó esa anécdota, que caracteriza mucho lo que se entiende por África. Parte de mi familia vivió mucho tiempo en África. 

Hoy, al día siguiente de todo eso, siendo sábado 4 de enero de 2014 en el calendario que rige los rumbos de la mayoría de la humanidad, estoy sentada en el tren frente a una señora con su hija pequeña. Escucho música “de viaje” en mis auriculares y escribo ya casi a latitud 36°45’09’’N y longitud 03°02’31’’E. La niña tiene una rabieta. La señora cede su asiento a otra porque es mejor para dar de mamar, frente a mí, tranquila. Solidaridad femenina en todos lados. Qué más decir.
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1 En francés, estación de tren de Orán.

2 En árabe, despacio.

3 En árabe, gracias a Dios.

4 Bereber, poblador/a del norte de Argelia y otras zonas del Magreb.