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sábado, 24 de marzo de 2018

Como siempre, pero más acompañada



Nuestros tres abrigos
Hace ya siete años que publiqué en este mismo blog cómo había sido mi última visita a Bolivia, en ese caso a las tierras cercanas a la Amazonía. Esta vez por fin he estado tres semanas en La Paz, donde normalmente sólo podía ir de pasada. Y sobre todo, y lo mejor, esta vez ya no he ido acompañada de un nacional sino de dos, en este nuestro primer viaje juntas, hija. Cuesta explicar lo que se siente al caminar de nuevo por Sopocachi o la Sagarnaga pero contigo…  y regresar ocho años después al lugar al que pensé que ya no volvería la primera ver que me fui.

Vista de La Paz en día de lluvia,
desde el nuevo teleférico
He visitado decenas de aeropuertos en estos años, pero no hay emoción como la de volver al segundo hogar y que la bienvenida sea a esas horas intempestivas de la madrugada con un achuchón y un buen mate de coca. No podía empezar de mejor forma. Hay una parte anecdótica que también se repite, y es que casi nos perdemos por las calles de El Alto, como cada vez que llego y no bajo en taxi hasta la ollada* paceña. Mientras encontramos el camino, esa vista de la ciudad se me pone delante, para que no olvide cómo estas alturas me erizan la piel, no importa las veces que llegue.

Y por supuesto, como aterrizamos en domingo, los nervios de ir a por salteñas no me dejan recuperar demasiadas horas de sueño. Y a las once de la mañana ya estoy esperando por una de pollo y una de carne. Pero es que al día siguiente, el lunes, en lugar de salteñas serán marraquetas bien madrugadoras, en la tienda de la casera** del frente. Y es que lo que más me hace sentir que estoy en mi hogar andino es tener todo a mano, no sólo pan sino desde unos calcetines hasta un alargador para un enchufe.
A lo lejos, comprando marraquetas, 7am
Hemos ido en enero justamente para poder comprar algo también cerca, pero en este caso algo que no hay todo el año. Cuando planificamos el viaje me fue sencillo decidir cuándo ir: Para Alasitas. Así, al tercer día ya estamos frente a una yatiri esperando a que nos challe las miniaturas de todo lo que le pedimos a este 2018 y de repente recuerdo que he olvidado pedir una nueva computadora, que hace ya once años que tengo la actual. Y bajo de nuevo entre los ríos de gente en la búsqueda de algo negro chiquito, que seguro es la máquina: “¿Cuánto cuesta esta?” - Le digo a la cholita -. “¿Quiere su tanquecito de agua, caserita?" - Me responde -. "¡Ups!" - pienso yo -. Hay cantidad de tanques de agua en las alasitas este año, cómo se nota que en sur de la ciudad, donde hemos estado, hace no mucho que se ha cortado el agua y no la han tenido por un buen tiempo. Importante es pues pedir el oro líquido transparente, sin eso no hay nada de lo demás.
Uno de los carteles de la Feria de
Alasitas de 2018
Pero lo mejor al terminar la mañana de alasitas no es ni el mercado, ni mi hija con esos ojitos mirando todo lo que sucede en una de sus dos tierras, ni la señora mayor con su nieto pasando todas sus energías a nuestros amuletos. Un simple gesto me ha terminado de arreglar la mañana de "estreses" por los papeleos previos (que también los ha habido, y muchos): una señora me ha regalado trescientos pesos bolivianos de alasitas por la calle. Así, sin más. Pero todo lo tradicional e interesante tiene, también, su otra cara. Cuando hay celebraciones como esta o el carnaval todo se para, y por supuesto ese día no hemos podido terminar nuestros trámites, ya no ha quedado nadie en las oficinas.
Certificados de buena salud
comprados en alasitas para la familia
El viaje también sigue en una semana normal de trabajo, en la que he podido ir a varios lugares donde había trabajado, compartido, vivido y conocido una parte escondida de mí. La emoción que me ha traído pasar por esos sitios ha hecho que, sin darme cuenta, cada vez que he visto uno de ellos me haya sorprendido a mí misma balbucenado algo como un “mmmmmm….”, como si degustara un manjar. Y es que he degustado mi propia historia, lo que ha construido mi vida actual. Por algo el destino me llevó allá en ese momento hace trece años y no a cualquier otro lado, para que fuera parte de mí.

Mi gata, que también nos ha
acompañado, mirando a la ciudad
Es como la política, y como llegó a ser parte de mi vida diaria cuando vivía allí. Pero es que cuesta no posicionarse porque puedes ver muy de cerca cómo te afectan directamente las decisiones de quienes mandan los países. Y no es que donde me he criado, en España, nos afecten menos, es solo que parece que a veces seamos “animales apolíticos” que vivamos en una realidad paralela a las decisiones que están tomando por nosotros/as. En Bolivia nunca me sentí así, quizá porque por ejemplo un cambio en una ley hace que la gente se levante y paralice la sede de gobierno del país. Un bloqueo deja a la ciudad sin comunicación posible, ni de salida ni de entrada, situación en la que la morfología de La Paz colabora al no tener muchas vías de escape. Y de ese modo sientes claramente como tu cuerpo, tu vida y tus planes personales son parte de la política. Como ejemplo, en este viaje hemos tenido que alargar una estancia en el lago Titicaca, por un bloqueo por el cual no hemos podido volver a la ciudad el día previsto. Otra característica que recuerdo de mi vida allí: la “re-planificación” constante.
Balsa de totora, lago Titicaca
Pero ese viaje bloqueado sería ya casi al final de esta visita, antes de eso ha continuado, en mi segunda semana, con la degustación de delicias: api con buñuelo, tucumanas, tuna, ispi… y lo mejor de todo, el menú que por fin he podido probar en Gustu, un restaurante que trata de recuperar sabores típicos a través de la cocina de chefs ahora tan de moda, pero sólo con ingredientes de temporada. Allí he podido probar incluso hormigas o lagarto, que cuando vivía en La Paz no pude. Y hablando de lo típico, aunque lo que se coma sea algo tan internacional como el pan, el queso, las “carnes frías”*** o la mantequilla, lo mejor de lo mejor de lo mejor es esa costumbre de tomar siempre té (tecito) por la tarde. Si una comida se alarga y dan las cinco de la tarde no te vas de un lugar sin tomar tu tecito, y si llegas a una casa a esa hora que no se diga: ¡A comprar insumos para el tecito! De veras que las tardes de té caliente cuando afuera hace frío me encantan.

Pique macho cocinado en casa
Hormiga de la comunidad de Apolo,
en el restaurante Gustu
También me encanta que casi todo siga en su sitio, como el lugar donde celebré mi 28 cumpleaños, que de llama Dumbo y es un restaurante familiar de toda la vida, o el cafecito cerca de la Plaza San Frascisco donde hacía las reuniones de trabajo del pequeño proyecto que fue el primero que gestioné, o el Café Ciudad donde iba a recuperarme tras las noches de juerga y que sigue estando abierto 24 horas, o pasar por la UMSA y seguir viendo sus conciertos en la calle, y tantas otras cosas que tuve la suerte de volver a experimentar con la familia y en mis dos tardes de asueto deambulando sola.

Precisamente en esas dos tardes de asueto de mi segunda y tercera semana he podido también volver a hablar con gente querida, como si nos viéramos todos los días, justamente sobre lo que cambia y lo que no, después de correr para poder hacer todo lo que recuerdo que hacía en mi vida allí. Hablamos de lo tradicional que sigue siendo La Paz a pesar de los cambios que se ven tales como el nuevo teleférico de la ciudad. Un ejemplo de ello es que plataformas como Uber, que en otros lugares del mundo han funcionado muy bien, son todavía poco usadas. La gente sigue prefiriendo el bus, el taxi (muchas veces aun arreglando el precio antes de subir), el radio taxi, el trufi o el minibús. Los transportes de siempre generan mayor confiabilidad, al ser lo conocido. Es como si todo fuera a su ritmo en esta ciudad de las punas alto andinas. Es el único lugar del mundo que conozco donde McDonald’s quebró. En fin, que si no fuera así no sería La Paz.

Tampoco sería lo que es si no siguieran existiendo zonas como la feria de El Alto, el Uyustus o la Eloy Salmón, lugares en los que puedes encontrar casi de todo. Y tampoco sería La Paz si no continuara sorprendiéndome lo interesada que está a gente por todo lo relativo a la cultura, con conciertos que se llenan. Y tampoco si no hubiera la challa de la casa, de la oficina o del auto, y otras tantas, tantas tradiciones y detalles que no puedo parar de enumerar. Pero tampoco si consiguiéramos movernos bien con nuestro carricoche por las calles con esas subidas y bajadas. Y finalmente tampoco si las despedidas con la familia no fueran tan cálidas, entrañables, con esas vistas a la ciudad, y si no me hubiera hecho tanta gente sentir que siempre tendré allí mi casa.

Despedida de la familia

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* Se suele decir "ollada" a La Paz por la forma que tiene de olla la ciudad.
** Se les llama caseras y caseros a las dueñas de los comercios o puestos donde se suele comprar todos los días. También esas personas le llaman casero y casera a quien le compra seguido.
*** Así se le llama al embutido.