El jueves pasado venía de la ciudad de Aleg1 con Sidi, que es
el nombre del chofer que me suele llevar tierra adentro para que no tenga que
lidiar con camiones y huecos en la carretera. Íbamos hablando sobre sus gustos
y los míos, ambos elegimos una canción del usb que yo traía como favorita para
nuestros constantes viajes de ida y vuelta. Y le ofrecí un chicle.
Cuando llegué a casa, Ahmedou, el guarda, estaba en la
puerta de casa con una rica comida que había preparado en el mini fogón a gas,
para un amigo que viene a verle cada viernes. Mientras, comenzó a contarme que el
viaje a Senegal para asistir al entierro de su tío había sido muy frío pero
tenía que hacerlo, alguien debía representar a la familia que está aquí en
Mauritania. Me pidió otra vez que solo le hable español, para conocer algo
nuevo. Le ofrecí otro chicle.
Sé que es algo normal, no tiene nada de especial compartir
un chicle del paquete que llevas en el bolso, más allá del hecho de
desprenderte de una pequeña cosa. Pero mi ofrecimiento va unido a un ensayo que
estoy haciendo desde 2010: el ensayo del chicle.
La cosa consiste en comprobar la reacción ante el sabor de
la menta fuerte de continente en continente. ¿Simple? ¿Tonto? No sé, en todo
caso es genial ver cómo las personas de uno u otro país reaccionan ante mi
ofrecimiento dependiendo de su contexto cultural y de mi relación con ellas,
además del idioma claro. Sólo quiero aclarar que toda la gente a la que le
ofrezco esta menta fuerte no son conejillos de indias sino personas a las que
quiero, aprecio, o con las que he pasado parte de mi tiempo fuera de casa. Son
quienes comparten o han compartido algo conmigo.
Ese segundo. Esa conversación. Esa respuesta. Algo bonito,
muy simbólico porque es algo muy personal, como todo en este blog.
Un compañero y una compañera de trabajo, los dos, en
Ecuador, durante las vacaciones de verano de 2011, me trajeron paquetes grandes
de chicles fuertes, encargados por mí. Me miraron risueños, pensando “con
tantas cosas que podría traerle desde Europa ¿Por qué me pide chicles baratos?”. Pues porque aquí no he encontrado tan fuertes – me respondía yo –.
Allí también, una amiga con la que estudiaba me pedía un
chicle siempre para despejarse en clase. Aquí, al contrario, la gente suele ser bastante comedida y
no me pide nada, pero su reacción distinta al probarlo sí que se hace notar. Se
hace notar tanto como el sonido de las tres mezquitas que llaman a la oración
en este momento y que me rodean mientras estoy sentada en el techo de mi casa. Se
hace de noche, pero no voy a despistarme, otro día os hablaré de Nuakchot.
A veces siento que sólo me salen oportunidades de repartir mis chicles con determinadas personas. No tengo acceso a todo el mundo y por cuestiones ajenas a mí no podré intentarlo...
- Mi amiga en Ecuador ponía gestos y me decía que estaba “re
fuerte”.
- Sidi, mi compañero de viaje y de horas de coche, no dice nada pero en
cuanto le sirven un té lo tira o lo guarda.
- Mis colegas saharauis hacían
broma conmigo y me pedían chicles dos o tres veces al día, con lo cual el paquete me
duraba poco.
- En mi pueblo, mi familia y amigos aceptan el chicle y hay quien me me dice que
el sabor dura mucho para lo poco que cuesta el paquete.
No sé si unos u otros se daban
cuenta de que estoy ensayando a ver qué pasa mientras comparto ese momento. Y no hay respuesta inválida.
---
1 Capital de la región de Brakna, Mauritania. La ciudad es popularmente conocida como el lugar de nacimiento del anterior
presidente de Mauritania, Sidi
Ould Cheikh Abdallahi. Esta ciudad capital ha tenido históricamente que afrontar severos
problemas con la escasez de agua dulce y potable ya que se encuentra ubicada en medio del arenoso desierto del Sahara.