Chicó, Bogotá. 1 de enero de 2017 |
Cuando se presentan retos nuevos es cuando la vida retoma el sentido que siempre ha tenido, pero con un color más vibrante. El 2017
ha comenzado con un paseo matutino por una calle casi desértica, momento que ha
permitido a los sentidos ponerse nuevos retos. Y es que Bogotá realmente se
vacía el 1 de enero y se vuelve en una metrópoli casi deshabitada. Caminando
por la carrera 15, que cada día a cualquier hora es insoportable para el
tráfico, una se siente por fin relajada entre los nueve millones que le
acompañan. El estrés citadino se vuelve en un “búsquenme que no me encuentran”
y sólo queda el reloj y el 2017.
El 1 de enero me ha encontrado en una situación cómoda de
nuevo, tras muchos vaivenes y decisiones que nunca son malas porque son las
propias y porque permiten dar pasos hacia el lugar al que realmente se quiere
ir. El 31 estaba saliendo de una zona rural hoy tranquila para dar paseos. Y conociendo
y viviendo los nuevos retos, eso sin dudarlo.
Bacatá era el nombre muisca de Bogotá. Hoy no quedan poblaciones
originarias viviendo como solían hacerlo hace cientos de años, como sucede en
tantas otras partes del mundo, pero ha quedado el nombre de Bogotá. De hecho, en los pueblos de Cundinamarca o Boyacá puede sentirse muy presente la arquitectura colonial española, y no tanto la de quienes habitaron antes.
Hace casi un
año, cuando llegué, miraba los restaurantes, las inercias, las frutas, las
gentes y las costumbres con un ángulo entrañable tras los 3 años intensos en el
desierto. Hoy veo puertas abiertas, novenas de aguinaldos, navidades de locura como en ningún
otro lado que he vivido, y luces, y belleza incluso en las incoherencias.
Villa de Leyva, Boyacá. 28 de diciembre de 2016 |
Porque una amiga me dijo algo que estoy sintiendo: ¿Dónde
como aquí vas a encontrar un lugar donde te sientas tan acogido, donde la gente
sea tan abierta y te sientas en libertad, y sin embargo no se consiga todavía
haber completado un proceso de paz? En este lugar que recomiendo conocer.
No hay mejor momento que este para plantearse retos. Ni
realmente mejor lugar que esta ciudad loca pero a su manera acogedora. No hay
lugar como aquí para quitarse toda la cortina de los ojos y sólo pensar en lo
que se quiere para el futuro. Sin miedo, sin pensar en qué dirán ni los que te
importan ni los que no quieres. Colombia está siendo, para mí, el lugar que no
sólo me ha quitado el miedo al cambio de rumbo, sino que me ha empujado a ello.
Y mientras tanto sigo buscando el hueco en el mar de
personas, con la bici, el sol, la lluvia, Luminitza mi gata callejera, el verde
y el asfalto, las manifestaciones, los amplios saberes, los discursos innovadores,
los cambios que se esperan, el camino a la convivencia.
No me quiero ir. Por suerte aún no me voy.
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