... para contar lo que fue mi inicio de 2013. Hay lugares que lo controlan todo, pero este, además, me aprisionó y no me dejó salir. Llegué a Quito enseguida pensando en esa ciudad con la que soñaba de pequeña y a la que pensaba que no llegaría y entré en mi día a día. Comencé de nuevo en la que sería mi última etapa en la mitad del mundo. Así pasaron seis meses. Hoy han pasado siete desde que pensé buscar algo que me siguiera motivando, pensamiento por el cual estoy aquí sentada escribiendo, abrumada por este positivo cambio.
Lo último que pensaba era que esto ocurriría hoy. No porque no quisiera sino porque no creí poder dar un cambio tan a la ligera. Estaba segura de que tomaría tiempo dejar Ecuador pero sorteé esa dificultad yéndome rápido. Dejé esa tierra de volcanes, me he ido, he recorrido mucho en varios años pero aunque cambiar de país es ahora más fácil no es menos duro.
Y es que han tocado mi corazoncito decenas de situaciones y gente. He llorado, he reído, me he enrabietado, he viajado y he sentido el alma de las nubes diarias que me han acompañado y traído la tormenta al tiempo que me protegían de ella.
De un salto me he encontrado rodeada de casas blancas y de edificios que todavía guardan la elegancia de hace más de medio siglo. Me he colado por calles escurridizas, subidas y bajadas constantes. Alguien llama a oración no se sabe desde dónde. Y he visto de nuevo mi mar mediterráneo. He escuchado los pájaros que me acompañaban en vacaciones allá por los noventa y he pensado si serán los nietos de aquellos que venían a Elda desde el sur pasando por Argel. Se colaban sin pasaporte. O decidían no subir más y quedarse descansando aquí, apoyados en un árbol de la Plaza donde ahora estoy.
Quizá los pájaros no sepan que detrás de la gran mezquita de esa plaza hay un zoco donde comprar mil detalles. Gente de todo tipo pasea por allá, desde la más moderna hasta la más tradicional. ¿Y yo? ¿Qué pensará la gente? ¿Que voy a la moda o que no?
Voy caminando y la humedad se me mete hasta los huesos del mismo modo que siento la sequedad del desierto en tierras del sur. Qué decir de un lugar donde he sentido que estaba donde debía estar. Sin entrar en hacer más juicios sólo diré algo acerca de lo que el paso por aquellos territorios me ha dado: me ha ayudado a no olvidar que toda persona tiene derecho a un hogar, más allá de los estados, pudiendo elegir donde está este hogar, y que a toda persona se le deben reconocer el resto de derechos por igual. Sabemos esto, pero no lo recordamos cada día, eso por descontado.
En estos momentos, sin duda, y pase lo que pase en los próximos días, semanas o meses, siento que estoy en el lugar en el que debo estar, en el momento en el que debo estar. Argelia y el Sahara me hacen sentir eso.
No hay mares, no hay océanos, ni de agua ni de tierra, que puedan separar a cada quien de lo que sabe que es justo. Solo un@ mism@ se separa de ello. Sigo escribiendo.
Lo último que pensaba era que esto ocurriría hoy. No porque no quisiera sino porque no creí poder dar un cambio tan a la ligera. Estaba segura de que tomaría tiempo dejar Ecuador pero sorteé esa dificultad yéndome rápido. Dejé esa tierra de volcanes, me he ido, he recorrido mucho en varios años pero aunque cambiar de país es ahora más fácil no es menos duro.
Y es que han tocado mi corazoncito decenas de situaciones y gente. He llorado, he reído, me he enrabietado, he viajado y he sentido el alma de las nubes diarias que me han acompañado y traído la tormenta al tiempo que me protegían de ella.
De un salto me he encontrado rodeada de casas blancas y de edificios que todavía guardan la elegancia de hace más de medio siglo. Me he colado por calles escurridizas, subidas y bajadas constantes. Alguien llama a oración no se sabe desde dónde. Y he visto de nuevo mi mar mediterráneo. He escuchado los pájaros que me acompañaban en vacaciones allá por los noventa y he pensado si serán los nietos de aquellos que venían a Elda desde el sur pasando por Argel. Se colaban sin pasaporte. O decidían no subir más y quedarse descansando aquí, apoyados en un árbol de la Plaza donde ahora estoy.
Quizá los pájaros no sepan que detrás de la gran mezquita de esa plaza hay un zoco donde comprar mil detalles. Gente de todo tipo pasea por allá, desde la más moderna hasta la más tradicional. ¿Y yo? ¿Qué pensará la gente? ¿Que voy a la moda o que no?
Voy caminando y la humedad se me mete hasta los huesos del mismo modo que siento la sequedad del desierto en tierras del sur. Qué decir de un lugar donde he sentido que estaba donde debía estar. Sin entrar en hacer más juicios sólo diré algo acerca de lo que el paso por aquellos territorios me ha dado: me ha ayudado a no olvidar que toda persona tiene derecho a un hogar, más allá de los estados, pudiendo elegir donde está este hogar, y que a toda persona se le deben reconocer el resto de derechos por igual. Sabemos esto, pero no lo recordamos cada día, eso por descontado.
En estos momentos, sin duda, y pase lo que pase en los próximos días, semanas o meses, siento que estoy en el lugar en el que debo estar, en el momento en el que debo estar. Argelia y el Sahara me hacen sentir eso.
No hay mares, no hay océanos, ni de agua ni de tierra, que puedan separar a cada quien de lo que sabe que es justo. Solo un@ mism@ se separa de ello. Sigo escribiendo.